Rabdomantes (ocho)



Despertó Evren al día siguiente con la misma sensación de vacío de los últimos meses, que ya sumaban años. Como si acabase de llegar al mundo. Pero lejos de ser un mundo excitante que requiriese ser explorado y experimentado, como el de la infancia, ese nuevo mundo, el nuevo mundo del adulto, era un mundo yermo. Carecía de estímulos. Lejos de ser un vacío liviano, su deshabitado cuerpo parecía constituido de una densidad tan alta, que hasta en la desnudez resultaba cargante y fatigoso.  

Se vistió con las ropas cómodas de trabajo. Se miró en el espejo, para confirmar que la camiseta rojo oscuro del departamento de los rabdomantes no le sentaba bien. Su ánimo no casaba con la vitalidad y ambición que ostentaba esa prenda. La actitud optimista que aspiraba transmitir a aquellos que debían adentrarse en tierras desérticas en busca de agua, no funcionaba con ella. Lejos de no ejercer el efecto deseado, añadía peso, al su ya de por sí insoportable cuerpo. Generalmente se levantaba con la cara hinchada y los ojos congestionados, pero esa mañana su rostro parecía más descansado. 

En el patio, alumbrado por el cálido sol de la mañana, encontró a su madre sentada en la mesita. Desayunaba, acompañando la comida con un pequeño vaso de cristal. Un pequeño recipiente de vidrio en forma de tulipán lleno de un líquido rojizo. Un té de aroma y sabor intenso. La esencia de las mañanas. A pocos metros, en un fogón construido en el patio, una doble tetera seguía calentándose. Había cosas que parecían estar por encima del tiempo y el progreso. 

–Buenos días, mama.
Besó, asomándose desde su espalda, la frente de la anciana.
–Buenos días, hija. ¿Has dormido bien?
–Sí –respondió tomando asiento al otro lado de la mesa–, bastante bien. Estaba agotada anoche. ¿Cómo ha sido tu sueño?
–Mi sueño es frágil, como mi cuerpo.
–¿No te ayudan las pastillas?
La mujer se llevó una cucharada de yogur a la boca.
–Mama, ¿no te tomaste las pastillas?
La mujer siguió callada.
–Ya veo, ¿cuánto hace que no te las tomas?
–Ay hija, déjalo. 
–¿Déjalo? Pero, te aconsejaron su consumo para poder conciliar mejor el sueño. Es por tu bien, mama. Para que no andes tan cansada durante el día.
–No es el sueño interrumpido lo que me cansa.
–¿A no, qué es entonces?
La madre volvió a callar. Cogió yogur de nuevo con la cuchara.
–Dime, mama, ¿qué es lo que te agota?
La mano con la cuchara se había detenido a medio camino, entre la boca y el bol. Suspendida en el aire.
–Dime, mama.
El silencio de nuevo. Un instante de espera hasta que emerge la respuesta:
–La espera, hija.
–¿La espera? 
–Sí, la espera.
–¿Qué espera?
–¿Tu qué crees? Espera, sólo hay una.
–No entiendo nada. 
–Pues está bien claro.
–Si tú lo dices, pero yo, últimamente no te entiendo. No dices más que vaguedades.
–No entiendes, porque no quieres entender, hija.
–No, no entiendo, porque no te quieres hacer entender mama. Y porque no tengo, ni tiempo, ni ganas para adivinanzas.
Evren se levantó de la mesa.
–¡Aske! –gritó buscándola en el patio. 
–Está fuera, en la playa con Köle. Lo he mandado allí para ver si conseguía algunas coquinas antes de que suba la marea.
–Vale. Me voy, mama.
–¿No comes nada?
–No, tengo que trabajar.
–¿Tan siquiera un poco de té?
–No, no me apetece. Nos vemos luego. Cuídate.
Un nuevo beso en la arrugada frente y abandonó el patio.

******   

Un nuevo día. 
Un nuevo cuadrante. 
Un nuevo paisaje. 
Misma aridez. 
Un campo de girasoles heridos por exceso de sol junto a la carretera. Evren apenas miraba. Dormitaba en su asiento, le gustaba la sensación fronteriza de la ensoñación, en la que la conciencia tenía constancia de los suspiros de su subconsciente. De niña, y más tarde de adolescente también, programaba el despertador para que sonase temprano, mucho antes de la hora a la que se la requería despierta, para poder así disfrutar de un tiempo de reposo en la cama. Un tiempo soñoliento para disfrutarlo a conciencia. No durmiendo sino estando allí, tumbada, entre las sábanas, con los ojos pesados, necesitados de más horas de sueño, debatiéndose entre el sueño y el desvelo. Miraba entonces de recuperar imágenes y escenas recreadas por su cerebro a lo largo de la noche, traerlas a la conciencia para poder recrearse en ellas como si conformasen parte de la realidad. No quería relegarlas al mundo orínico sino transferirlas al mundo real. Creía entonces que lo que consiguiese retener en su memoria algún día constituiría la realidad. Su realidad. ¿Acaso existía alguna otra?

Tras un par de horas por una de las carreteras que se dirigía al Este, hacia el gran barranco, el vehículo se desvió por un sendero terroso que se adentraba zigzagueando en el un paisaje sembrado con piedras. Circular por aquella pista no era un deslizamiento suave, todo vibraba. La cabina sufría las sacudidas de las ruedas al rodar sobre una roca o caer en un pequeño hoyo. Aske, hasta entonces tumbada en la parte posterior se sentó sobre sus posaderas, y en más de una ocasión una pequeña nube de pulgas se desprendió temporalmente de su lomo para inmediatamente volver a desaparecer en su denso pelaje negro. Evren se ajustó el cinturón de seguridad para evitar golpearse inmersa en ese zarandeo continuo.

Al fondo, en el horizonte, se iba dibujando el destino. Sobresalían en el paisaje plano un conjunto de pequeñas edificaciones, un minarete erguido como una aguja y un conglomerado de troncos secos y retorcidos, todos ellos reverenciando a un cielo diáfano. Un azul que se intensificaba a medida que subía por la cúpula, con un sol banco amarillento enceguecedor cerca de su punto más álgido. Parecía una bola de fuego capaz de hacer arder como la yesca las construcciones a las que se dirigía Evren. 

Se detuvo el coche a la sombra de una de las edificaciones. Eran ruinas, lo que quedaba de un antiguo poblado levantado a orillas de un gran lago. Del lago quedaba su hondonada, una enorme depresión que se hundía suavemente hasta donde alcanzaba la vista. Un embudo monumental de piel cuarteada. El terreno parecía un mosaico monocromo, un puzzle de arcilla con enormes quebrados. Aquí y allá se veían barcazas y algún que otro barco de pesca volcados. Ladeados sobre sus carcasas oxidadas como peces muertos, con redes y otros utensilios esparcidos a sus alrededor, como si de sus tripas se tratase. Algunas embarcaciones reposaban próximas a lo que en otros tiempos constituyó la orilla. Otras se perdían en el horizonte. Un par de pasarelas de madera se adentraban en unas aguas ilusorias, constituyendo un embarcadero irreal del cual pendían ahorcadas dos barcas.


Evren contempló el lugar. No había estado nunca antes en aquella zona. No era el primer lago expirado que veía, pero sí de unas dimensiones tan grandes como aquellas. Era un pequeño mar interior. Apenas podía percibir la otra orilla, ni adivinar donde quedaba el núcleo del lago. El lugar donde se hundía hasta alcanzar su mayor profundidad: poco más de treinta metros según los datos de los que disponía. En algunos lugares quedaban manchas harinosas, brillos albinos de sales incrustadas en las arcillas. 

Buscó en la Red de Nubes información sobre el lugar, pero no consiguió conexión. Su señal no cubría aquella parte del mundo, sólo le llegaba información a través de los sistemas de posicionamiento de la Oficina. Para todo lo otro, aquella zona no estaba conectada. No existía. Lo mejor sería acabar el trabajo cuanto antes y abandonar ese no-lugar. Transmitió las coordenadas del cuadrante a cubrir a las pulgas. Estas abandonaron inmediatamente el cuerpo de Aske en un revuelo y se dirigieron al este del poblado. La perra las siguió tras lanzar una mirada a Evren. Ves, le animó ésta con un gesto de brazo.





9 degustaciones:

Carmela dijo...

Qué bueno, otro capítulo más :))
Me encanta ese patio, que me imagino a si manera. Con un árbol grande y viejo casi en el centro, que baja sus ramas hasta casi la mesa de madera vieja que se acurruca bajo sus ramas. Otros árboles más pequeñitos y plantas, muchas plantas, pero todo con un aire viejo, de piedras y musgos entre sus resquicios, un lugar muy hermoso para mi.
Me resulta,a veces tan dura, Evren, cuando se dirige a su madre, y a la vez, tan aceptado ese tono por su madre. Realmente no sé, si no quiere percatarse de lo que su madre le dice o si realmente como dice no tiene ganas ni tiempo...
Y ese lago seco, lo imagino tal cual lo describes, inmenso, fantasmagórico en su soledad y sequedad, perdido en medio de nada.
Me encantan las fotos de barcas viejas y abandonadas que pones. Y la música, jajaja, me ha recordado a la nube de pulgas sobre Aske :))

Más, quiero más, jajajajaj si ya se..... pero bueno, no trades.
Un besazo.

Aka dijo...

También yo me imagino el patio como un lugar hermoso, un lugar escondido, lleno de luz pero fresco, con árboles frutales y plantas como tan bien describes. El patio de mis sueños :)
Sí, creo que ambas son muy duras entre ellas. Tanto Evren, encerrada en su aborrecimiento como su madre agotada por el aislamiento moderno. Es como si ambas, anhelasen tener más comunicación, pero algo les impidiese comunicarse. A veces queremos hablar y ser escuchados, pero no por aquellos que se prestan a escucharnos o a hablarnos. No sé, los humanos a veces podemos ser tan complejos. Innatamente insatisfechos muchas veces.
Las fotos de los barcos son impresionantes. Siempre me han causado fuerte impresión las barcas viejas, abandonadas en los puertos o las playas, incluso en aquellas que tienen agua, como si fuesen animales muertos allí dejados... pero estas del mar de Aral son impresionantes. Un mar entero en retirada y unos barcos tan grandes de pesca descansando en medio del desierto son para pensar sobre el paso del tiempo. La delicadeza de los ecosistemas y la dinámica con la que cambian. Que nada está garantizado. Que todo cambia.
La música es la que sincroniza el movimiento de las pulgas de Aske :)

Un abrazo bien fuerte Carmela!!

elmaquinistaciego dijo...

Buenas noches otra vez ;)
Me ha gustado mucho este Rabdomantes ocho. Se desmarca un poco quizás, puede parecer a primera lectura un poco más ligero, pero deja un poso más denso (no sé si me explico).
Interesante la reflexión sobre el color rojo y lo que debería sentir Evren con respecto a él y sin embargo no es capaz. Ayer me explicaba un amigo la trayectoria de Mondrian y por qué acabó pintando con esos patrones, y resumiendo muchísimo, tenía que ver con el comportamiento sistémico de los colores, que depende de los colores que los rodeen y su disposición. Supongo que el uniforme 'vivaracho' de Evren no es suficiente para que le sea indiferente ese puzzle de arcilla quebrada que es el lago, y esos ocres que la rodean por todas partes.
La idea de los no-lugares es, una vez más como la ciencia, horrenda y fascinante. En gallego tenemos la palabra 'ningures' que sería algo así como el 'nowhere' inglés. Es una de mis palabras favoritas, y hace que, de algún modo, cobre existencia física ese no-lugar, eso que no debería existir.
Tengo que decir que me he quedado con sensación de escalofrío, como resultado de la mezcla de esa espera de la madre y esa mirada de Aske y Evre que le dice que vaya, supongo que sin pensarlo demasiado -o no querer pensarlo, igual que no quiere entender a su madre-.
Siento que Rabdomantes nueve va a ser de lo más emocionante, con este final aparentemente tranquilo pero tan en suspenso. Espero tengas tiempo estos días y lo compartas ;)

Besos y muy buena semana!

Aka dijo...

Hola, Maquinista,

espero publicar pronto la continuación. La parte del color "rojo" no me acaba de satisfacer del todo, me queda la cosa como poco definida, no he conseguido expresar lo que quería, al menos me lo parece. Lo que comentas de Mondrian es interesante, deberé informarme mejor sobre la teoría del color que hay mucho sobre eso, sus significados, combinaciones, etc... cada pequeño mundo, cuando uno se asoma en ellos, se convierte en un mundo vasto y tan interesante cada uno por explorar, que la vida se me hace corta :) Justo ayer, bajé a Barcelona al mercado de Sant Antoni, un viejo mercado donde cada domingo se reúnen todos los libreros de segunda mano y donde mi abuelo me levaba de pequeñito a cambiar cromos y comprar libros, y encontré uno fantástico que acabo de empezar sobre el inventor del microscopio y la cámara de fotos, ambos holandeses, del mismo pueblo y en la misma época, dos hombres que revolucionaron la manera de ver el mundo, descubriendo lo microscópico y captando la luz como no se había hecho nunca antes. Toda una reflexión de lo más interesante del impacto en su época... oooops, ahora no recuerdo a dónde quería ir con esto, pero supongo que tenía algo que ver con los colores :) y como la tecnología a alterado también nuestra percepción del mundo y de los sentidos, extendiéndolos más allá, incluso a lo invisible.

A ver, esta semana intentaré subir la nueva parte :)
Besos y un abrazo

Me encanta la palabra "ningures", creo que la voy a adoptar, en lugar de ese "no-lugar" tan artificial del castellano... no me viene a la cabeza que en catalán exista tampoco una palabra similar. Así que adoptaré la palabra "ningures", que además tiene un sonido de lo más bello :)

elmaquinistaciego dijo...

La palabra "ningures" es hermosa como pocas, adóptala y que se 'espalle' (que se extienda ;)
Siempre es fascinante leer sobre las aventuras personales de aquellos que se empecinan en descubrir algo, desentrañar algún misterio o simplemente ir más allá que el resto.
Yo estoy en la última fase de mi 'trabajo de esperar la nieve', que nació cuando descubrí a Wilson Bentley, obsesionado desde niño con los copos de nieve y que acabó siendo uno de los pioneros de la microfotografía (y por tanto de las fotos de los bellísimos cristales de nieve). Me gusta la gente que deja crecer esa semillita en el centro de su mente y su espíritu y se dedica a ello con total pasión.
(PD: de la mano de mi hermano, sí, dejando el inmenso dolor a un lado, la otra cara de la moneda -o más bien la cruz, a todos nos ha dado grandes lecciones la experiencia ;)

Otro abrazo más, y sigo con Rabdomantes nueve.

Aka dijo...

Sí, sin duda la adoptaré... quizás hasta le dé un lugar en la historia :)
¿"Esperar la nieve" es algo que estás elaborando sobre la vida de Bentley? Me fascina la gente que tiene esa capacidad por obsesionarse y hacer una pasión de algo, la admiro porque mi mente dispersa no me lo permite, más bien me obliga a mirar a otros horizontes continuamente, pudiendo llegar a ser algo mareante.

Un abrazo

elmaquinistaciego dijo...

'El trabajo de esperar la nieve' es un poemario que nació cuando descubrí a Bentley, pero no es sobre él. Necesitaba contar algo atragantado, fue en un momento de parón vital para cuidar de mi madre y al aparecer su historia fue como si de pronto me regalara la forma de contarme a través de la nieve. Se la debo a él, pero no sé si sería capaz de contar su historia de forma más hermosa de lo q ya me parece.
Supongo que estoy un poco obsesionada últimamente con el frío, y con la idea de que debemos cuidarlo ;)
No sé si me he explicado, es el problema de escribir en el móvil...
Bicos y buena semana!

elmaquinistaciego dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Aka dijo...

Pues es un título precioso, de lo más insinuante, para un poemario. Cuando esté acabado ya avisarás para que nos podamos hacer con una copia del mismo. Me encantaría leerlo. De acuerdo con lo de cuidar "el frío", pero sin que se extienda demasiado en el tiempo (jaja esto es reminiscencia de los largos inviernos suecos, peor que el frío es su oscuridad).

Hablando de frío, feliz entrada en el invierno :)