A veces se abre bajo nuestros pies



   Salimos una noche calma y clara.
   El mar soñaba. 
   La plata de la luna 
   era la suma de sus sueños.
   Una belleza indescriptible,
   pero su cuerpo era gélido e inquieto.

   Nos transporta casi siempre a su lomo,
   pero a veces no.
   A veces se levanta por encima de nosotros.
   O se abre bajo nuestros pies
   y deja que nos ahoguemos

  Como aquellos cachorros de gato
  que de niño arrojamos al río dentro de un saco
  Aún oigo los maullidos
  Agudos como agujas

Mi hermana pequeña lloraba igual la primera vez que la vi sobre el  regazo de mi madre. Ven acércate, dile hola a tu nueva hermanita. Estaba morada y no paraba de berrear. Su cabecita de ojos velados emitía un sonido que me parecía espeluznante. Insoportable. Vamos hombre, no tengas miedo, acércate… 

   Un enjambre clavándose en el oído.
   Hurgando en el tímpano.
   Las aguas no querían llevárselos.
   Una rama los abrazó frente a nosotros 
   mientras el agua les pasaba por encima.

   Arrojamos piedras.
   La saca no se movía, lloraba
   gritaba, agonizaba
          oía a mi hermanita
          el pecho de mi madre
          desde el rincón las veía
   Las piedras golpeaban la tela
   o hacían explotar el agua hacía arriba
   nuestros gritos coléricos
   y lanzamientos rabiosos 
   extinguieron los chillidos uno a uno.

   Los gatitos dejaron de existir.
   El saco era un trozo de tela sin vida
           (vuelta a su estado natural).
   El enjambre fue disipándose de mi oreja.
   Más sigue aquí, dentro, en la cabeza,
   reverberando en el blanco cráneo.

   El mar se alzó por encima de nosotros
   tiró de nuestro cabello hacía el fondo
   ahogándonos junto a la suma de sus sueños
   y, como los gatitos, 
   fue como si nunca hubiésemos existido.

         Se enfrío nuestra sangre,
         gélida como sus aguas,
         los pececillos nos mordisquearon,
         al principio hacían cosquillas,
         luego dejé de pensar en ellos.
   
   Dicen que recé,
   que me revolví,
   que agité manos y brazos,
   que invoqué a Dios,
   Nunca antes había rezado.

        El siervo de Dios, es bautizado 
        en el nombre del Creador, 
        y del Redentor, 
       y del Santificador.

   Todos acudieron a rescatar mi alma.
   Tarde, demasiado tarde,
   ninguno quiso perderse mi bautismo, muerte y funeral.
   Me hundí así, nos hundimos esa noche
   calma y clara

   de luna soñada.



2 degustaciones:

el maquinista ciego dijo...

Ay, Aka, parece que todos tengamos un terrible pasado de gatitos muertos... En mi caso fue la abuela de una amiga, que con seis años nos obligó a esperar a su lado mientras los enterraba vivos. Recuerdo cómo se iban ahogando sus chillidos y recuerdo verme a mí misma muy lejos de allí, sentir que abandonaba mi cuerpo, que aquello no podía estar pasando, no allí, no con aquella mujer que nunca me había parecido mala.
Nada volvió a ser lo mismo. Nada nunca puede volver a ser lo mismo cuando te obligan a soportar eso sin derecho a pataleta ni auxilio ni nada.
El puro horror. Y aún así, un texto poderoso.
Un abrazo.

Aka dijo...

Ay, lo que cuentas de enterrar los gatitos vivos debió de ser una experiencia dura, allí en el pueblo de mis abuelos no se porque extraña tradición tenían la costumbre de arrojarlos al río en un saco y esperar que "desapareciesen" corriente abajo... otra manera cruel como cualquier otra de deshacerse de unos bichitos. Pensaba que eso ya no se hacía y hace un par de veranos visitando a un amigo que vive en Mallorca en el campo me encontré que tenían el mismo problema, superpoblación de gatitos y el niño que quería tenerlos todos, al compañero no le quedó otra que llevárselos en coche bien lejos al otro lado de la isla... no se atrevió a matarlos, pero le supo muy mal abandonarlos tan pequeñitos a su suerte. Parece que infancia y gatitos van ligadas, será que los cachorros y los niños se identifican mucho los unos con los otros :)
Un abrazo.