diarios islandeses (ix)


   El mismo café del día anterior a las nueve y media de la mañana, así nos citamos. Iluina se había prestado a mostrarme algunos de sus rincones preferidos de la ciudad, y los que de alguna manera despertaban su curiosidad. Acepté sin dudar la oferta todo y que en un principio había hecho otros planes para aquel día.

   Llegué a la cafetería unos minutos antes de lo concertado, estudié el local de un vistazo y seleccioné una mesa para poder verla entrar por la puerta. Apenas me habían servido el chocolate caliente cuando ella entró en el local. Llevaba puesto un vestido de algodón sencillo y un chal blanco de lana nórdica sobre hombros y cabeza del cual se escapaban unos mechones dorados al contraluz del sol que se colaba por el marco de la puerta. Arrastraba por el suelo unos pantalones amplios que partían de su estrecha cintura bajo el vestido hasta los talones. Se descubrió la cabeza solo entrar en la cafetería y se arregló el cabello con la mano al tiempo que me buscaba con la mirada entre las mesas. Cuando estas se cruzaron dejó ir una juguetona sonrisa y avanzó con pasos decididos hacia mi mesa. 

   Estaba hermosa, mucho más de lo que recordaba de nuestra conversación la tarde anterior, sus rasgos armoniosos, el cabello, los ojos, las pestañas interminables y sus cejas constituían una combinación perfecta con su piel blanca y delicada salpicada por numerosas pecas. El cuello blanco se perdía en el chal y dejaba intuir unos pechos bien esculpidos. No recuerdo que fue lo que decía a medida que se acercaba a la mesa ya que seguía cautivado por su imagen, respondí con automatismos a sus saludos, me levanté, nos abrazamos como hacen los escandinavos, y por un momento pensé en quedarme aferrado a su cuerpo –capturarlo para descubrir la esencia de su cuello, del cabello que se recogía tras su nuca–, pero inmediatamente estábamos cada uno de vuelta en su lado de la mesa. Me engulló por instante una gran aflicción al reconocer su belleza. Vente a Suecia, o no, mejor me quedo yo en Islandia le decía. Recreaba diversas conversaciones al mismo tiempo para anticiparme al futuro, a un futuro que nunca iba a tener lugar. 




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